EL PROCESO

 Hace mucho tiempo que paso por delante de su puerta, la de una papelería en desuso que todavía conserva muchos de los objetos que en su día debieron comercializarse. Desde el escaparate, algo polvoriento, se pueden ver unas viejas postales azuladas y desteñidas por el sol, unas cajas amontonadas, algunas estanterías vacías y otras repletas. Junto a la puerta, tb de cristal, normalmente hay una bicicleta apoyada en las librerías, y al fondo, en una segunda sala que no se atisba a ver desde la calle, una luz casi siempre encendida, evidenciando, o no, que hay alguien en su interior.
Pregunto a la pareja que lleva la granja de la izquierda si saben algo del dueño de este lugar. Me cuentan que casi siempre está, que entra y sale, que pruebe a llamar cuando vea luz.
Hay luz, pruebo, pero nadie me abre la puerta.
Me imagino a un señor mayor rodeado de trastos viejos, desempeñando una actividad que no consigo adivinar, que pasa tardes enteras entre recuerdos, recolectando cosas que encuentra por la calle, montones de ropa. Un tierno Diógenes que me recibirá aturdido y ensimismado, envuelto en olor a alcanfor.

Pruebo otro día, tampoco me abre nadie. Esta vez pregunto a las señoras el colmado de la derecha. Me miran con cara desconfiada pero me responden: acaba de salir hace un ratito, pasa mucho por aquí, se llama Jose María.

Me preparo el discurso. Seguro que es Josep María, catalán, i provo de pensar-ho en catalá, per entrar-li millor. Senyor Josep Mª, volia proposar-li una coseta, fa temps que passo per aquí, jo faig dibuixos, i m’encantaria esposar-los en el seu aparador, anar posant-los cada x temps, a manera d'exposicions temporals, em sembla una bonica idea i volia preguntar-li.
Esto, más o menos, le diría, aunque no confío que los nervios me permitan hablar en este catalán mío que suena tan precario.
Toco el cristal, nadie me abre. Me quedo parada en el paso de cebra, en la acera de enfrente, esperando que aparezca, el rato suficiente como para acabar jugando a ver qué coche se para ante mi presencia, creyendo que voy a cruzar la calle. Llega Marcelo, me voy con él y acaba el juego.

Agosto, vacaciones, viajes, masías. Vuelvo a casa, hace tiempo que no pensaba en mi proyecto expositivo, pero hoy mientras merodeaba por el centro de la ciudad haciendo varios recados, recuerdo la papelería y voy a probar.
Llamo a la puerta y al timbre, la bicicleta y la luz encendida, están. Veo una sombra que se mueve al fondo, y aparece un hombre de unos 55 o 60 años, con el pelo blanco y corto, con ojos claros, más joven de lo que yo me esperaba, vestido con bermudas y zapatillas de deporte. Abre la puerta, sonríe y saluda, y yo comienzo a hablar. Bon día, senyor Josep Mª? Fa temps que passo per aquí, veig la seva tenda que porta temps buida…
Él contesta que era su negocio pero hace tiempo cerró, ahora trabaja por internet desde la habitación de atrás.
Paso al castellano para paliar mis nervios… hace tiempo que pienso en una idea, y es que… yo dibujo, y me gustaría aprovechar su escaparate para exponer mis dibujos, me parece que podría ser chulo, no tengo mucho que ofrecerle, pero podría pagar la luz y los gastos, claro, y bueno, quería preguntarle qué le parece.
Y entonces, él me contesta sonriente y algo sorprendido que le parece bien, que hace tiempo que tiene ganas de arreglar la tienda, de ordenarla, que le vendría muy bien hacerlo, personalmente. Yo respondo: doncs l’ajudo, me quedo parada y después me acerco a darle dos besos de agradecimiento, forzando el contacto físico, como una niña que emocionada traspasa el límite y se lanza a abrazar, sin contar con el equilibrio del cuerpo del otro.